Casa en Corrubedo, de David Chipperfield




Integrar una vivienda en un entorno construido no implica la mimesis superficial de las geometrías que la rodean. Esta casa las incorpora a su propia forma al reinterpretar el habitar en la arquitectura atlántica.

Autor de prestigiosas arquitecturas en Europa, Asia y América, el británico David Chipperfield decidió construir en 1996 su casa de veraneo en un pequeño pueblo pesquero del norte de España. Fue en Corrubedo, el mismo lugar donde también han proyectado sus propias viviendas arquitectos de talla como Manuel Gallego, Estanislao Pérez Pita o Iago Seara, y donde solía pasar sus vacaciones el legendario Alejandro de la Sota; una localización frente a un bravo mar y junto a unas dunas extraordinarias que presenta un gran contraste con la frenética actividad de Londres.

Corrubedo
Tanto David Chipperfield como su esposa Evelyn han sentido siempre atracción por España. Durante los últimos diez años han alquilado alojamiento en este pequeño pueblo al sur de la provincia de La Coruña. Corrubedo, con sólo 726 habitantes atrae a miles de visitantes cada verano que saborean su fresco marisco, pescan lubina y sargo, y disfrutan de su Parque Natural con la gran duna móvil de finísima arena.
En búsqueda de un solar en venta, el matrimonio Chipperfield encontró por fin uno que, a modo de una fisura en la calle mayor, se encontraba justo a unos cuantos metros frente al mar. Aunque este primer frente de viviendas construido en los años 60 cuenta con la posibilidad de abrir un frente al mar y otro a la vida urbana que genera la calle principal; debido a las fuerzas inherentes del mar, las casas responden a tipologías que muestran preferencia por la ciudad. Todas ellas abren sus huecos y balcones a la calle mientras que, por el contrario, se protegen del mar reduciendo sus ventanas a pequeños orificios.
El hecho de tener a su propia familia como cliente le hizo a Chipperfield disfrutar de una libertad excepcional, hasta el punto de verse obligado a redefinir sus pautas de trabajo. ¿Qué debía interpretar? Sin presión alguna hacia un estilo o una forma determinada, le era más relevante pensar sobre la arquitectura desde el interior de la vivienda. Es decir, reflexionar sobre la condición humana y las relaciones que determinan la arquitectura, la conexión entre el habitante y la experimentación del espacio. Ya, desde el principio, como sucede en el resto de sus proyectos, Chipperfield buscó la creación de espacios generados a partir de sencillos rituales domésticos: tomar el desayuno, leer un libro, cocinar o contemplar el mar. Consistiría en una arquitectura-escenario que no atrajese la atención, aunque uno sintiese siempre su presencia.

Absorbiendo los poderes del mar
El mar se convirtió en el elemento central de la interpretación; su poder y atracción deberían disfrutarse al máximo durante las vacaciones de la familia. Como consecuencia, y al contrario de las casas vecinas, los espacios interiores de la vivienda debían enfocar hacia la bahía y su puerto, protegiendo su intimidad de la calle mayor con una fachada prácticamente ciega.
La casa se estructura en cuatro niveles. A unos cuantos metros de la playa, una rampa conduce desde las rocas directamente a los dormitorios de los hijos, con habitaciones que recuerdan a los camarotes de los barcos. Sobre esta planta se ubica el estar, con todo su frente de vidrio que mira al mar. Le sigue otro nivel de dormitorios y, en lo más alto, una terraza que, protegida por el estudio, sobresale hacia el Atlántico como queriendo alcanzarlo. Cualquier cerramiento que pudiese obstruir la visión se disuelve en la terraza de la cubierta, donde la familia prepara la barbacoa como si estuviese en la cubierta de un barco.
La memoria del pueblo permanece en la vida en torno al mar. En este escenario, el mar es el elemento de unión entre el pasado y el vivir en el presente. Esta poderosa fuerza natural también determina el exterior de la casa, la selección de materiales y la disposición de los espacios interiores. La solidez de la piedra en la base de la casa se enfatiza con la ingravidez del cristal del siguiente piso, una sensación de ligereza que se hace más intensa al desvanecerse la casa en su cubierta.
Aun respondiendo al mar, la casa de Chipperfield consigue integrarse entre las mismas construcciones vecinas que de él se protegen. Mantiene armonía con las alturas, materiales y colores de esas viviendas de la calle mayor pero, en lugar de repetir sus geometrías, las incorpora a su propia forma mediante unas líneas irregulares que responden a la siempre cambiante superficie del agua, y que acompañan a la silueta quebrada del frente de Corrubedo. Es un proyecto surgido al incorporar la reflexión del visitante, la del arquitecto y su familia al mostrar la actitud ser “una parte y aún así estar aparte” de su entorno. Para Chipperfield no fue cuestión de inventar nuevas formas sino de formular un diálogo entre el lugar y los recién llegados.

Pie de fotos:
a. David Chipperfield (n.1953), arquitecto. (Fotografía: Nick Knight)
b. Casa de vacaciones en Corrubedo (2002). Su construcción duró cuatro años debido a las duras condiciones climáticas. (Fotografía: Hélène Binet)
c. Desde el estar se divisa un mar temible, a veces sorprendentemente manso, que ha atraído la atención de poetas, pintores y artistas (Fotografía: Hélène Binet)
d+e. La arquitectura atlántica, a diferencia de la mediterránea, se recoge en sí misma para proteger al habitante cuando las condiciones meteorológicas son adversas.
f. El uso de modernas tecnologías como la carpintería de aluminio que incorpora rotura de puente térmico y juntas perimetrales estancas al agua permite abrir huecos frente al extremo clima atlántico. (Fotografía: Hélène Binet)