Villa Saint-Cast en Bretaña, de Dominique Perrault



¿Qué puede hacer una amante de regatas de vela cuando, para construirse su casa, no hereda un pontón sino un campo? Con esta pregunta Aude Perrault, esposa del arquitecto de la Biblioteca Nacional de Francia, en París, Dominique Perrault, explicaba su dilema a la hora de pensar sobre su nueva vivienda apartada de la costa. Ella suspiraba por la libertad que experimentaba al navegar y por ello se cuestionaba si le sería posible sentirse tan holgada en la tierra como lo hacía en el mar.

La casa como un barco
Aude Perrault, además de ser arquitecta y compartir despacho con su marido, es una apasionada por la navegación y durante años ha participado en competiciones de vela. Cuando heredó un terreno en Côtes d'Armor, cuatro mil metros cuadrados en el norte de Bretaña, desde donde tan sólo se puede entrever el mar durante los días de invierno, cuando los robles centenarios del entorno ya han perdido sus hojas; se preguntaba ella si su casa, aún en aquel lugar, "¿podría ser un barco?"
Para ella, la suave pradera podría ser como la curva de una ola verde a la que adaptarse. Estas olas en la tierra, que son las pequeñas colinas que moldean el paisaje, podrían llegar a ocultar la visión completa de la casa. Aude Perrault llegaba a explicar la presencia de la vivienda como la de un barco en el mar, "que aparece y desaparece una y otra vez según los caprichos del oleaje".
Con este desaparecer de la casa en el terreno, su arquitectura también desaparecía. Sería recuperar la noción primigenia de la casa como un refugio en el paisaje. Ése precisamente debía de ser el sentir desde el interior de la vivienda, el mismo al de vivir en naturaleza escuchando, por ejemplo, el susurro de las hojas de los robles o el del mar, en verano, cuando es traído por el viento del noroeste. En otras palabras, al fundir la construcción de la casa con el entorno, se habría alcanzado aquella sensación de libertad que animaba a Aude a pensar en su nueva vivienda rodeada por las suaves olas del paisaje.

Vivir bajo tierra
Los proyectos de Dominique Perrault siempre han mostrado un creciente compromiso con el paisaje y por hacer de él el elemento integrador entre arquitectura y naturaleza. Bajo esta trayectoria, el proyecto para su propia casa le llevó a cuestionarse si el hombre contemporáneo podría vivir bajo tierra; si se podría, en la actualidad, proponer la cueva de los primeros tiempos de la humanidad como un sentimiento original de la presencia del hombre sobre la tierra. La solución para la casa tendría que derivar por tanto del deseo por experimentar y por entender la emoción de vivir en estrecha relación con nuestro entorno.
¿Cuándo comenzó la historia de la arquitectura? Los primeros refugios no fueron construidos por el hombre. Fueron las cuevas encontradas en la naturaleza, listas para ser habitadas, aunque si bien antes tuviesen que ser arrebatadas a otros animales depredadores. De esto hace ya un millón de años, tiempos en los que el hombre era aún inconsciente de la arquitectura, si por ese término entendemos la ambición de crear un entorno distinto al del orden natural. Sin embargo, si queremos pensar que la arquitectura describe el acto de hacer lugares para un uso ritual, entonces la arquitectura era una de las primeras necesidades humanas. Los habitantes de las cuevas encendían fuego en las entradas para mantenerlas tanto cálidas como alejadas de animales, cocinaban en su interior los alimentos que habían cazado, mientras que los espacios más recónditos se reservaban como lugar de ceremonias de vida, muerte o del más allá. De este modo los primeros hombres transformaron las cuevas en arquitectura a través de un uso, e hicieron de ellas, conforme a su profundidad, los distintos escenarios de sus vidas cada vez más organizadas.
Dominique Perrault comenzó su vivienda excavando en la tierra con el fin de incrustar la casa en la colina. La hendidura era un perfecto rectángulo de proporción alargada, 400 metros cuadrados de vacío donde acomodar las estancias de la vivienda. Primeramente, la gran sala de estar sigue a la enorme fachada de casi 50 metros de longitud y que es el único alzado externo, enteramente de vidrio, y que puede abrirse por completo al jardín. Este inmenso salón puede modificarse a través de un juego de tabiques móviles que crean el espacio deseado para cada momento. La única construcción permanente es un contenedor consistente en seis dormitorios, cocina, vestidores y baños, que está dispuesto en la parte más interior del espacio. La luz del sol llega a esta zona más profunda de la casa a través de claraboyas que están construidas como cortes en la hierba del jardín de la cubierta.
En este momento, la casa y su entorno son indisociables, y como a Aude le gusta equiparar la casa, tan indisociables como la superficie de contacto entre el casco del barco y el mar. Cuando, al fin, contemplaban la maqueta del proyecto que respondía a todos sus interrogantes, entonces Dominique Perrault se preguntó: Esta casa, ¿es realmente una casa?

Pie de fotos:
a. Dominique Perrault (n. 1953), arquitecto. (Fotografía: Marie Clérin)
b. Villa Saint-Cast (1993-1994). Esta casa, ¿es realmente una casa? (Fotografía: Georges Fessy)
c. Al desaparecer la casa en el terreno, su arquitectura también desaparecía. (Fotografía: Georges Fessy)
d. La hendidura es un rectángulo de 400 metros cuadrados. La única construcción en el interior es un contenedor con seis dormitorios, cocina, vestidores y baños, a los que se accede desde un inmenso salón.
e. La enorme fachada de casi 50 metros de longitud es el único alzado, enteramente de vidrio, y que puede abrirse por completo al jardín. (Fotografía: Georges Fessy)
f. Vista desde la cocina hacia el jardín. (Fotografía: Georges Fessy)