La Casa de Blas en Sevilla la Nueva (Madrid), de Alberto Campo Baeza




Ante un terreno “incómodo” por su fuerte pendiente, pero con bellas vistas sobre el horizonte, un Catedrático de Literatura encargó al arquitecto Alberto Campo Baeza el diseño de una casa donde su familia pudiese “oír música”. Como si se tratase de dar provisiones para comenzar el proceso de diseño, ya en el primer día el cliente regaló un libro de poesía al arquitecto.
El resto responde a la complicidad entre cliente y arquitecto: Un entendimiento cultural mutuo que fraguó una casa donde se escucha la música con el silencio.

Casa para emociones
Cuando el cliente Francisco de Blas visitó al arquitecto, le entregó un libro con las poesías completas de Luis Cernuda editado en Méjico hacia 1950. Éste es un libro repleto de intensas emociones, que describe la sensibilidad y el amor, el dolor, la soledad, y los contrastes entre la culminación de los deseos personales - la esperanza - y los límites impuestos por el mundo circundante - la realidad. El popular poema de Cernuda, Donde habite el olvido (1932-33), describe un mundo donde uno deja de lado todos sus problemas para conseguir así alcanzar la tan anhelada libertad. Éste fue el material de lectura que el catedrático de Literatura transmitió a su arquitecto y es que, sin duda alguna, Francisco de Blas quería algo más que una casa. En su nueva vivienda las emociones y reflexiones tendrían que ser consideradas como parte del material de construcción.
Para Campo Baeza éste resultaba un reto con especial magnetismo. De hecho, su obra constituye una indagación continua por construir poesía y ese mismo pensamiento también lo transmite a sus estudiantes de arquitectura, ante los que inicia sus conferencias citando el comienzo del poema de William Blake, Augurios de Inocencia:

Ver un mundo en un grano de arena.
Y el cielo en una flor silvestre,
sostener el infinito en la palma de tu mano,
y la Eternidad en una hora.

Escuchando el silencio
Con estos acopios, cliente y arquitecto fueron a visitar el lugar. A pesar de que al primero le preocupase la incomodidad que podrían ocasionar los quince metros de desnivel de la parcela, el segundo aseguró de inmediato su idoneidad para desarrollar su vivienda. Eran tres mil metros cuadrados en una colina al sudoeste de Madrid, con espléndidas vistas al norte, hacia las montañas. Al estar tan alto, las casas vecinas desaparecerían y dejarían espacio para el disfrute del paisaje en el horizonte lejano.
En un análisis de la pendiente del terreno, el arquitecto creó una plataforma que dividiría la casa en dos elementos: un podio conformado por un cajón de hormigón, perfectamente tallado en la montaña, y, sobre él, una ligera estructura de acero y vidrio que casi desaparece en el paisaje.
Estas dos construcciones son en realidad dos cualidades o estados opuestos de cómo se transmite la luz a través de los materiales: uno opaco y el otro transparente. Tal y como nos explica Campo Baeza, la casa hace referencia al argumento de la cueva donde refugiarse, frente a la cabaña donde soñar. Dentro del basamento de hormigón se encuentra programa de vivienda con un esquema claro de banda de servicios atrás y espacios servidos delante. Son piezas que tienen las vistas del paisaje enmarcadas por unas aperturas cuadradas en los muros. El efecto es como si el paisaje estuviese lejos de nuestro alcance, en la distancia. Esta sensación contrasta con las cualidades de la estructura transparente que conforma un mirador sobre la plataforma, el estar, donde uno está literalmente absorto por el poder del entorno.
Gracias a la esencial división de funciones que se establece en la vivienda, el habitante logra un espacio de alta calidad espiritual donde poder perder el sentido del tiempo, escuchando los sonidos del ambiente, del silencio, de la música del paisaje... Uno recuerda el efecto de la composición musical de John Cage, “Cuatro minutos y treinta y tres segundos” (1952), donde el pianista se sienta en silencio frente al piano mientras la audiencia escucha los sonidos de los alrededores. No hay dos personas que escuchen el silencio del mismo modo y, en general, las personas no están educadas para escuchar el silencio.
En la casa de Blas uno encuentra la paz con uno mismo y gana libertad. La experiencia es profundamente personal, basada en reflexiones; olvidando, recordando, y relacionándose uno mismo con el entorno. Así Francisco de Blas y Alberto Campo Baeza han generado una casa donde la poesía ayuda a construir otra poesía, la poesía subjetiva de aquel que percibe el lugar.

Fotografía: Estudio Campo Baeza
Pie de fotos:
a. Alberto Campo Baeza (n. 1946) es arquitecto y catedrático de Proyectos en Madrid. En esta obra contó con la colaboración del arquitecto Raúl del Valle.
b. La sección de la Casa de Blas (2000) desarrolla el argumento de la cueva donde refugiarse, frente a la cabaña donde soñar.
c+d+e. La casa se asienta sobre una colina con vistas a la Sierra de Madrid.
f. La luz no es sólo capaz de revelar la forma espacial, sino también de desmaterializar su estructura.
g. El vidrio sin carpintería se pega a la fachada norte de la casa aunque, en la fachada sur, se retranquea para así buscar la sombra.
h+i. Un entendimiento cultural entre el cliente y el arquitecto fraguó una casa donde se escucha música con el silencio.